domingo, 23 de marzo de 2014

Lazarillo del siglo XX


No tan queridos Jhon y Tilly:

Un día de invierno, el ocho de diciembre para ser más exactos del 2020, en el centro de Madrid, una vagabunda, de las pocas que quedaban, gritaba alterada y el dolor y el pánico se veían reflejados en su cara. Te preguntarás querido amigo, por qué los demás que pasaban por la calle no ayudaban a la pobre mujer, muy fácil, éstos estaban concentrados en sus teléfonos móviles que más que teléfonos a mi me parecen televisores finísimos y táctiles, estaban chateando, hablando por teléfono con sus amigos o familiares, o simplemente jugando al tettris, pero el caso es que nadie se preocupó por ayudar a aquella mujer.
De su entrepierna, a dicha mujer, sangraba mucho, estaba pariendo, no le habría dado tiempo a ir a un hospital, o simplemente no le habrían dejado entrar por su baja clase social. Bueno, nací, y mi madre al poco tiempo murió. Yo lloraba desconsolado en la calle, y unos turistas tuvieron la amabilidad de llevarme al hospital, de allí a comisaría y por último, me llevaron a un orfanato.
Estos turistas los cuales eran una pareja de británicos que hablaban perfectamente español, me visitaban el ocho de diciembre de cada año. Estos fueron los que me contaron la terrible historia de mi nacimiento.
Fui rebotando de orfanato en orfanato y en cada uno de ellos aprendía una valiosa lección sobre cómo sobrevivir en esta cruel vida. Gracias a las clases que se daban en aquellos orfanatos pude aprender un poco de cada asignatura, pero no mucho, porque las clases y los profesores no es que fueran muy buenas.
Cuando cumplí los diez años, el ocho de diciembre, me quedé hasta tarde esperando, a lo que podría llamar mis padres adoptivos, pero esta vez no vinieron, y comprendí que no volverían a hacerlo nunca más.
Desde aquel momento empezé a odiar, ya era consciente de lo que hacía y pensaba, por lo que odiaba, odiaba a la gente que no ayudó a mi madre en la calle porque estaban concentrados en sus estúpidos móviles, odiaba a sus supuestos padrastros por que de algún modo, dejé de ser importante para ellos, odiaba a los dueños del orfanato, pues para ellos tan solo era un trozo de carne que tenían que aguantar para ganarse su sueldo, y finalmente odiaba a todas las demás personas, por su gran ignorancia, pues cuando veían injusticia miraban a otro lado para no pringarse, y simplemente hacían como que no habían visto nada.
Lloré, me cuesta admitirlo, pero así fue, y además lloraba todas las noches de aquel invierno en el que me quedé solo el día de mi cumpleaños, pero me hice una promesa, eso de llorar no era para mí, llorando no arreglaría nada, y además la vida es demasiado corta como para malgastarla llorando, por lo que no volvería a llorar nunca jamás.
Por lo tanto me veía ya en mi noveno orfanato, con 15 años y con una historia de la que no estaba muy orgulloso.
Todos los años me daba cuenta del enorme egoísmo que teníamos las personas, y que todo lo hacíamos para beneficiarnos.
Me sentía encerrado en aquel orfanato, allí se respiraba tristeza, así que pensé en irme, escaparme de allí. Hice un plan de escape que me costó un par de semanas terminar porque analizaba cada detalle, contaba los guardias de seguridad con los que me podía encontrar y todos los demás obstáculos con los que podía tropezar.
Y llegó el gran día, me gustaría decir que todo salió bien y que a las pocas horas ya era libre y que dependía de mí mismo, pero entonces te engañaría. Te engañaría como engañan las madres a sus hijos con ese estúpido cuento de “Los Reyes Magos”, como los engañan cuando les curan una herida con tan solo un beso, o como cuando les engañan diciéndoles que todo va a salir bien cuando no tienen ni idea de lo que va a pasar, engaño del que, si te digo la verdad, me hubiese encantado ser víctima.
Bueno el caso es que el plan salió mal había un guardia de seguridad por los pasillos que no tuve en cuenta.
Volví a hacer un plano esta vez teniendo más cuidado en lo que hacía, y lo conseguí. Fui libre, uno de mis sueños hecho realidad.
No fue muy bueno lo que venía a continuación, porque tenía que ganarme de algún modo el pan de cada día, y en ese momento, era tan inocente que no sabía cómo hacerlo. Tras unos días de libertad estaba tan hambriento que hubiese hecho lo que fuera por conseguir una cucharada de aquel puré de calabaza de mi noveno orfanato que tan poco me gustaba. Era tal mi hambre que acabó con mi inocencia, y me hizo pensar que si los ricos robaban a los pobres para ser más ricos, ¿por qué no iba yo a poder robar un trozo de pan para sobrevivir? Así que muy decidido me metí en uno de los muchísimos chinos de la ciudad y robé toda la comida que me cabía en los bolsillos y con mucha delicadeza conseguí comer aquel día, y seguidos de él todos los demás haciendo todo lo posible para ello.
Y todo esto que te he contado, fue el principio de mi desastrosa vida.
A medida que pasaba el tiempo me iba espabilando y me convertí en un pícaro con la total capacidad de sobrevivir sin nada con tan solo 16 años.
Muchos policías me preguntaron por mis padres pero yo fui listo, sabía que si les decía la verdad me llevarían a otro orfanato, por lo que cada vez que me lo preguntaban yo me inventaba una cosa diferente para salirme con la mía.
Ya tenía 17 años y había sido ladrón y carterista era todo un delincuente.
Ya había pensado más de una vez en asentarme, en tener una vida noble y honrada pero ya era demasiado tarde tenía sangre de pícaro, me crié en un ambiente de ladrones y personas ruines y egoístas, así que eso es en lo que me convertí.
Ahora, tengo ya 22 años y lo que veía como imposible cada día va cambiando un poquito más. Me gané un trabajo como camarero y ahora trabajo honradamente, eso sí cuando se me presenta una ocasión clara de robar o realizar una picardía no dudo en hacerlo, y aunque sé que esta mal, yo soy así.
Os he conseguido localizar, y por si no os habéis dado cuenta aún, soy Óscar, sí he conseguido seguir adelante sin que nadie me apoye, y lo que quiero conseguir con esta carta es que si se os presenta de nuevo la oportunidad de ayudar a un pobre huérfano en la calle, no lo llevéis a un orfanato, o si así es no lo dejéis de visitar, porque es una persona como vosotros y aunque yo haya conseguido sobrevivir, tal vez ese futuro huérfano no tenga fuerzas para hacerlo. Dadle cariño y él os lo agradecerá cómo yo nunca voy a hacerlo.
Quiero que con esta carta tengáis remordimientos, os arrepintáis y que lo paséis mal, todo ello por no seguir visitándome el ocho de diciembre de cada mes.

Un saludo, Óscar.